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El Partido Republicano y Trump están usando como nunca la política del miedo

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Si eres un candidato republicano en 2018, es muy probable que te estés esforzando en implementar la política del miedo.

En Florida, después de que el alcalde afroamericano de Tallahassee, Andrew Gillum, ganara las primarias demócratas para gobernador, el candidato republicano, Ron DeSantis, advirtió ominosamente a los floridanos que votar por Gillum era un voto para “complicar las cosas”.

En Arizona, la candidata demócrata para la banca que ocupa Jeff Flake en el Senado, Kyrsten Sinema, está siendo atacada con anuncios que la acusan de ser demasiado suave con la prostitución infantil.

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En otros lugares, los candidatos republicanos están publicando anuncios de “detener la inmigración ilegal ahora” y culpan a los demócratas por presuntas oleadas de delincuencia, el tráfico de drogas y la proliferación de pandillas como la MS-13.

Mientras tanto, Fox News ha pasado gran parte de los últimos meses centrándose en crímenes llevados a cabo por “extranjeros ilegales”. Politizaron tan escandalosamente el asesinato de Mollie Tibbetts, que su propio padre se vio obligado a intervenir y decir a los conservadores que dejaran de usar la muerte de su hija para su beneficio.

No hay nada nuevo sobre explotar el miedo para obtener una ventaja política. Por supuesto, ambos partidos lo han hecho durante décadas. Después de los ataques del 11 de septiembre, el miedo fue movilizado para reunir apoyo para la invasión de Irak, para reformar la política exterior estadounidense y para sancionar el uso de técnicas de tortura previamente prohibidas.

A mediados de la década de 1990, en un momento en que el presidente Clinton quería salir al paso de las acusaciones de ser blando con la delincuencia, jugó con el creciente miedo público al crimen y a jóvenes delincuentes “superpredadores”, un temor alimentado principalmente por medios de comunicación cada vez más sensacionalistas, especialmente noticias de televisión locales, impulsando políticas que alimentaron la máquina de encarcelamiento masivo.

La estrategia de Clinton fue poco sincera: de hecho, las tasas de criminalidad ya habían comenzado una fuerte caída un par de años antes.

Los agentes de George Bush padre crearon el infame anuncio de Willie Horton, en 1988, para asustar a los votantes blancos de los suburbios lejanos contra el candidato presidencial demócrata, Mike Dukakis.

El miedo al conflicto atómico llevó a una serie en cascada de sustos en la década de 1950. Y en la década de 1930, el temor a que los inmigrantes internos llamados “Okies”, llegaran en busca de trabajo en la época de la depresión en California, llevó a los vigilantes a establecer controles en las carreteras para rechazar a los trabajadores itinerantes. Y así. Siempre hemos tendido a hacer cosas malas y tomar malas decisiones políticas cuando nos consume el miedo.

Pero el partido republicano de Trump está utilizando con demasiada frecuencia la estrategia del miedo. Sus analistas están utilizando el mismo manual de propaganda que siguieron los fascistas de épocas anteriores en Alemania e Italia. Grite una gran mentira con la suficiente frecuencia y la gente la creerá; haz que las personas teman lo suficiente y te seguirán por un camino oscuro.

Demasiados estadounidenses están siguiendo a la administración Trump y al Partido Republicano en sus oscuros caminos, tolerando lo que debería ser intolerable. Mirando de reojo mientras los oficiales colocan a los niños inmigrantes y solicitantes de asilo tras las rejas. Permanecen callados mientras observan cómo cuestionan el estatus de ciudadanía de miles de personas simplemente por sus nombres o por su origen étnico, o callan ante las vejaciones que suceden día tras día contra quienes tienen la desgracia de vivir cerca de la frontera.

Trump habla sobre el miedo en términos casi sensuales. El nuevo libro de Bob Woodward, “Fear”, toma su título de un comentario que hizo Trump durante una entrevista en 2016, cuando se postuló para el cargo: “El poder real es, ni siquiera quiero usar la palabra, pero la palabra es miedo”. Sin duda es el tipo de cita que cabría esperar de un personaje desviado, al estilo del Marqués de Sade.

Durante la campaña, el magnate y candidato públicamente fetichizó la tortura de una manera horrible, describiéndola no como un mal necesario, sino como un agente de limpieza, un bien en sí mismo. “La tortura funciona”, explicó en un momento. Pero, continuó, “incluso si no funciona, se lo merecen”. Y su público, temeroso e iracundo por una cultura de medios cada vez más estridente y alineado a su pensamiento, lo recompensó una y otra vez por estas diatribas.

Trump no fabricó toda la angustia que recorre la vida estadounidense moderna, pero la ha ordeñado con un efecto extraordinario. Quizás solo otro hombre en la historia política de los Estados Unidos haya utilizado el miedo de manera tan potente y tan hábil.

A fines de la década de 1940 y en la de 1950, Joe McCarthy publicó listas falsas de comunistas que, según dijo, estaban integrados en departamentos gubernamentales, instituciones culturales, medios de comunicación y la academia. Todo era falso y diseñado para hacer que la gente tuviera tanto miedo de los “comunistas” que buscarían la salvación cediéndole el poder absoluto.

Trump aprendió sus nocivos métodos de hablar del esbirro de McCarthy, el abogado Roy Cohn. En los años 70 y 80, Cohn era el abogado de Donald Trump. A lo largo del tiempo, le enseñó a Trump el oscuro arte de sembrar el miedo para cosechar poder.

El Partido Republicano ha seguido fielmente a Trump; y ahora, en la temporada electoral de 2018, los republicanos no tienen otro juego pero temen jugar. Se complacen y pretenden estimular la desconfianza blanca hacia los negros, la desconfianza cristiana hacia los musulmanes y la desconfianza heterosexual hacia los homosexuales.

Los estrategas republicanos parecen creer que haciendo que un número suficiente de personas tenga mucho miedo, podrán neutralizar el disgusto por todo el caos y la crueldad que la administración de Trump ha creado.

Bombardeados con retórica sobre crímenes violentos, 7 de cada 10 estadounidenses creen que el crimen está aumentando. De hecho, la tasa de delitos violentos hoy en día es apenas una cuarta parte de lo que era a principios de la década de 1990.

Aunque en general los estadounidenses se han vuelto menos temerosos de los musulmanes en los últimos años, el 68% de los republicanos no considera que el Islam sea parte de la sociedad y más de 1 de cada 3 creen que la mayoría de los musulmanes en Estados Unidos son antiamericanos, según una encuesta del Pew Institute.

Y después de años de ataques de Trump a la prensa, el 51% de los republicanos encuestados este verano dijo que los medios de comunicación eran enemigos de la gente.

Los anuncios republicanos en esta temporada electoral resaltan todo, desde los manifestantes que usan antifaces hasta las protestas de Black Lives Matter. Todos son vistos como una amenaza indiferenciada.

Este miedo al desgarramiento está deshilachando el tejido político del país de maneras que serán extraordinariamente difíciles de reparar, porque se ha institucionalizado la intolerancia y se ha normalizado lo que anteriormente no se podía expresar. Trump, un día, se irá. Pero cuanto más tiempo permanezca en el poder, y mientras más tiempo tenga el Partido Republicano su política tóxica, más perdurable será su vergonzoso legado.

*Sasha Abramsky es una periodista cuyo trabajo ha aparecido en The Nation, The Atlantic, American Prospect y otras publicaciones. Su último libro, “Jumping at Shadows: The Triumph of Fear and the End of the American Dream”, fue publicado por Nation Books en 2017.

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